La crisis de 1929

1. - Del auge a la bancarrota, 1923-1929

En materia de asuntos nacionales, la década de 1920 fue una época de frenética prosperidad para los muchos que jugaron en el mercado accionario. Éstos fueron los años de la prohibición, del bar clandestino y del contrabandista, cuando los medios de comunicación estadounidenses (radio, diarios, revistas y cine) daban la impresión de que la nación estera estaba enfrascada en las faldas cortas, las costumbres sexuales relajadas, los nuevos bailes y la ginebra en la bañera. Estas actividades ocupaban sólo a una pequeña minoría de personas, desde luego, del mismo modo que la cultura de la "crema batida" de la Viena de principios de siglo no era representativa de la mayoría de los austríacos.

Pero para la década de 1920 ya había una diferencia significativa. A los trabajadores agrícolas que nunca recuperaron su sensación de prosperidad y a las personas que aún se guiaban por las normas de conducta victorianas, se les induciría a pensar que la riqueza sin límites, la indiferencia social y el pecado eran características de las clases altas.

Esta era fue también un periodo de notable progreso industrial, de un sólido avance en las capacidades manufactureras y productivas nacionales que confirmó la aseveración del presidente Calvin Coolidge respecto a que "el negocio de Estados Unidos son los negocios". Fue una época de constante expansión hacia niveles de vida limitados hasta entonces a relativamente pocas personas, niveles de vida que para algunos intelectuales eran vulgares, pero que de cualquier modo eran algo nuevo en el mundo. Desconocido en Europa y envidiado en ella, el nuevo estilo de vida, vulgar o no, era muy codiciado por casi todo el mundo. Estados Unidos se transformó, en esta era, en la primera sociedad de consumo auténtica.

Este periodo terminó al iniciarse la Gran Depresión. En 1928 Wall Street (la Bolsa de Valores de Nueva York donde se cotizaban y vendían las acciones de las empresas norteamericanas) había gozado de un auge sin precedentes. Millones de especuladores jugaban en el mercado, comprando acciones con la expectativa de revenderlas rápidamente con grandes utilidades (beneficios). Los especuladores pagaban sólo una fracción del costo en efectivo; tomaban en préstamo la diferencia (y en muchos casos también la inversión en efectivo) de sus corredores. El crédito se expandió hasta que ya no tuvo una base sólida en una economía que en gran parte no estaba regulada.

En un momento dado, los inversionistas más avispados comenzaron a vender sus acciones en la creencia de que la burbuja no tardaría en reventar. El resultado fue una profecía que acarreó su propio cumplimiento: una desastrosa caída en el valor de las acciones que se inició en octubre de 1929 y continuó casi sin interrupción hasta 1933. Tanto los especuladores como los prestamistas se arruinaron.

La siguiente imagen ilustra la portada de un periódico sobre la Caída de la Bolsa de Valores de Nueva York:

periodico