Actividad 8
Actividad 8.1
Realizá una lectura superficial del cuento, observá los paratextos: el título y la fuente.
El crimen perfecto
La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se suicidó entre siete y diez de la noche) detenido en una comisaría por su participación imprudente en un accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la señora Stevens el diario pedido, y el proceso de acción que esta siguió antes de matarse se presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro de potasio. A continuación se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente en el interior del departamento pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado. Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar este o aquel. La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la muerte, transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso, cuando yo fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabía dudar. Únicamente en el vaso donde la señora Stevens había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era terminante: nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo para mí, cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo. Además, había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa y lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros, y había asegurado a su hermana en una gruesa suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba descalificado por la justicia e inhabilitado para ejercer su profesión, convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la industria lechera, se ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a esta, había enviudado tres veces. El día de su “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la mesa, su despensa estaba excelentemente provista de vinos y comestibles, y no cabe duda, de que sin aquel “accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquella en las labores groseras de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que esta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis; a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación en que quedaba detenida la sirvienta, con una idea brincando en el magín: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana, y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido por mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto, una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le pagué la bebida que no había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
–Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
–Con hielo, señor.
–¿Dónde compraba el hielo?
–No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos.– Y la criada, casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez–: Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida el químico de nuestra oficina de análisis, el técnico de la fábrica que había vendido la heladera a la señora Stevens y el juez del crimen. El técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos:
–El agua estaba envenenada y los panes de este hielo estaban fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado.
Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico), arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico, hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de la noche.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol. Lo había muerto un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.
Roberto Arlt
Un argentino entre gángsters. Cuentos Policiales.
¿Te animás a contestar las siguientes preguntas?
- ¿De qué pueden tratar los cuentos policiales?
- ¿Qué significa el término gansters?
- ¿De qué idioma proviene?
- ¿Alguna vez leíste un cuento policial?
- ¿Conocés algún personaje de algún cuento policial?
Actividad 8.2
Leé la biografía del autor haciendo clic en el siguiente enlace: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/arlt.htm
Escribí un resumen de esa biografía. Para hacerlo tomá en cuenta los aspectos que se encuentran en la siguiente rúbrica que se utilizará para la evaluación de tu resumen.
Rúbrica para corrección del resumen
1. Adecuación a la consigna
2. Conceptualización El contenido debe guardar fidelidad con los conceptos del texto a resumir; se deben recoger las informaciones esenciales.
3. Organización textual Se desarrolla coherentemente la progresión temática. Se relacionan correctamente los tiempos verbales. El texto está escrito en tercera persona.
4. Sintaxis La organización de las palabras dentro de la oración es la propia de la lengua escrita.
5. Léxico Se presenta un vocabulario amplio, preciso y variado.
6. Puntuación y ortografía El uso de los signos de puntuación es adecuado. La escritura corresponde a las normas del español.
Se entiende por error la palabra mal escrita independientemente de la cantidad de faltas que esta contenga (una palabra con tres faltas se cuenta como un error). Una palabra escrita más de una vez con iguales o distintas faltas se computa como un solo error.
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Actividad 8.3
Contestá las siguientes preguntas:
- ¿De qué trata el cuento?
- ¿Cuál es el enigma en este texto?
- ¿Cuál es la profesión del narrador? ¿Cómo lo sabés?
- ¿Cuál es la coartada de los tres hermanos?
- ¿Por qué se menciona primero la coartada y luego cuál es? ¿Qué efecto logra en el lector?
- ¿Cuáles son las hipótesis que se mencionan en el texto?
- ¿Qué hipótesis es calificada como un proceso de absurdos psicológicos? ¿Por qué?
- ¿Cómo son consideradas las pruebas que sustentan la primera hipótesis? ¿Por qué?
- ¿Cómo se siente el narrador en relación con la primera hipótesis?
- ¿Dónde se producen los acontecimientos? ¿Por qué se mencionan detalles?
- ¿Qué se quiere buscar al mencionar detalles?
- ¿Cómo es la personalidad del narrador?
- ¿Qué significa la expresión una idea brincando en el magín?
- ¿Cuál es la posición del narrador en relación con lo narrado? ¿Cuáles son las marcas lingüísticas del texto que te ayudan a descubrir la posición del narrador?
- ¿Cómo caracteriza el narrador a los tres hermanos?
- ¿Cuáles datos relacionados con la profesión de unos de los hermanos permite anticiparse a la solución del caso?
- ¿Por qué en el texto se menciona haber dopado caballos y no haber drogado caballos?
- ¿Qué personaje del cuento revela al asesino?
- ¿Qué objeto permite desentrañar el caso?
- ¿Qué significa el término anatemizar en el texto?
- ¿Cuál fue el motivo del crimen?
- ¿Qué opinión te merece lo realizado por los tres hermanos?
- ¿Qué te provoca la lectura de este cuento?
Actividad 8.4
Completá el siguiente recuadro:
Cuento policial |
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¿Qué es lo narrado? |
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¿Cuál es el enigma? |
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¿Cuántas hipótesis hay? |
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¿Qué profesión tiene el narrador? |
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¿Cuál es la posición del narrador? |
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¿Quiénes son los sospechosos? |
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¿Qué personajes colaboran con el narrador? |
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¿Cuál es lugar del crimen? |
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¿Qué detalles se mencionan? |
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¿Quién y qué permite desentrañar el caso? |
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¿Qué provoca en el lector la lectura de un cuento policial? |
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Actividad 8.5
Te invitamos a ver una representación teatral inspirada en el cuento “El crimen perfecto” de Roberto Arlt que realizaron y filmaron alumnos de quinto año del colegio Rodolfo Rivarola. Para ello hacé clic en el siguiente video:
Luego escribí un texto en el que se muestren las diferencias entre la anécdota del texto original y la versión representada y en el que presentes tus reflexiones sobre cuáles pueden ser los motivos que llevaron a los estudiantes a modificarla.
¿Qué aprendí?
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